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martes, 27 de marzo de 2012

Un pensamiento islámico sobre Occidente

Un pensamiento islámico sobre Occidente
Conferencia UNESCO
21/12/2001 - Autor: Abdelmumin Aya
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Abdelmumin AyaConferencia pronunciada en el marco de unas jornadas organizadas por la UNESCO sobre las imágenes de "Occidente". Abdelmumin Aya —antiguo director de webislam— aclara su posición sobre la actual situación internacional, al mismo tiempo que desbarata la absurda contraposición frontal entre dos supuestas entidades a las que se denomina como "Islam" y "Occidente".

Valencia 11 diciembre 2001

Bismillahi rahmani rahim. Con el Nombre de Allâh, el que hace posible la vida y la acrecienta

"Islam" no es lo contrario de "Occidente". En todo caso, Occidente es lo contrario de Oriente, no de Islam. Lo contrario de Islam es el kufr. Y el kufr no es un concepto geográfico, como no lo es el Islam, sino una realidad espiritual. El kafir no es el que no cree en el Islam, "el infiel", como traduce la astuta filología misional católica. El kufr es –ante todo y sobre todo- una realidad interior al corazón humano cuando éste se anquilosa en la insensibilidad, la cerrazón, la brutalidad. El kufr no es tampoco una entelequia ni un sistema de pensamiento; es apartarse de lo real. El kufr es encerrarse en sí mismo, empequeñecerse, verse a sí mismo independiente del Todo, estar desconectado de la vida. El kâfir –el que está en el kufr- es "el que rompe lo que Allâh ha ordenado mantener unido", como dice el Corán. La realidad del kâfir está fragmentada mientras que la del mu’min creyente es el mundo consistente en Allâh. La manifestación más clara del kufr para los musulmanes es la insensibilidad del "yo predador". El kufr es insolencia con la vida; es esa arrogancia en la actitud del que no se somete a lo que lo sobrepasa...

Si ciertos grupos de influencia ideológica en los países euro-americanos quieren justificar en el Corán una posición islámica en bloque contra los occidentales ignorando el sentido común y la Historia, tendrán que emplearse a fondo manipulando los textos. El Islam, pese a lo que piense el que no sabe nada de él, es una comprensión sutil, y hay diferencias entre ahl kitâb, yahil, kafir, dimmí, muslim, mu’min, munafiq... Explicando en dos palabras los términos que ahora nos interesan, hay primero una gran mayoría de los ciudadanos de países llamados occidentales que son ahl kitâb gente del Libro, hermanos por consiguiente de los musulmanes en la Profecía; y luego encontramos una gran cantidad de ellos que están más cerca de la ignorancia del yahil que de la destructividad a conciencia del kafir. Para que nadie pueda identificar jamás "occidental" a kafir, observemos los vestigios de la palabra kâfir en el lenguaje de los dos territorios que fueron islámicos: España y Malta. En castellano ha quedado la palabra "cafre" para designar alguien que es un salvaje, y kiefer en maltés aún hoy día sigue significando "cruel". El Profeta se refirió a los kuffâr como "aquellos que tenían el corazón enfermo", nunca como aquellos que vivían en tierras extranjeras y pensaban de forma diferente a él.

En resumidas cuentas, el Islam es algo posible en Occidente y en Oriente, porque no se opone a ninguno de los dos. Si Occidente necesita definirse por oposición a algo, más sentido tendría contrastarse con Oriente, que no con el Islam, en el que han coexistido sin esquizofrenia el individualismo de que presumen los occidentales y la importancia del grupo social que se da en las sociedades orientales, el amor por la Ciencia de los primeros y la fascinación por el Arte de los segundos, la lógica racional de los unos y la apasionada sensualidad sin neurosis de los otros.

Todo ello se dio en Al Andalus. Y Al Andalus nació en Occidente. No podría haber nacido en ninguna otra parte, porque Al Andalus es el fruto que puede llegar a dar una semilla islámica en la tierra que se hizo heredera de Grecia y Roma. Al Andalus es parte de Occidente y contribuyó decisivamente a la realización de Occidente, si bien pronto se le dio la espalda como si nada hubiera aportado a Occidente y como si sus propuestas no fueran uno de los más amplios y ambiciosos horizontes que fueron abiertos ante las miradas fascinadas de los hombres de Occidente: el Islam.

"Occidente" en árabe se dice magrib, exactamente igual que "puesta de sol". No hay ideología en el concepto magrib "occidente" en el Islam. El glorioso Al Andalus era el magrib del Islam y hacemos la cuarta de nuestras oraciones al magrib, a la puesta de sol. En nuestra cultura no valen las conclusiones fáciles del estilo: "Occidente –para los musulmanes- es por donde se oculta la luz, el reino de la oscuridad, de las tinieblas...", porque para nosotros, la puesta de sol es lo que marca el principio del día y no su conclusión: el día en la cultura europea comienza al alba, pero el día en el Islam comienza a la puesta de sol. Es decir, que en el cómputo islámico la noche precede al día; primero es la sombra y luego la luz. Primero es el tiempo exclusivo de Allâh y luego el tiempo del hombre.

Iniciamos, por tanto, nuestro discurso acerca de qué sea Occidente con una reflexión sobre el papel que en él tenemos–como mínimo- todos los que en él ya estamos, que en lo que se refiere al Islam cuenta con: 5 millones de musulmanes en Francia, 3 millones en Gran Bretaña, 2 y ½ en Alemania..., sumados todos e incluyendo a Bosnia, 20 millones de musulmanes en Europa; 6 millones de musulmanes en Estados Unidos, etc... Fíjense lo absurdo que resultaría un Occidente que se definiese a sí mismo frente al Islam, en unos países habitados por millones de musulmanes con tasas de crecimiento que aumentan más que las de la población autóctona; lo absurdo que sería un Occidente que se definiera frente al Islam habiendo recibido de Al Andalus el propio legado griego que dice estar en su base; lo absurdo que sería este Occidente anti-islámico cuando incluso el libro sagrado al que se acogerían en una estricta definición de sí mismos (la Biblia) no fue escrito ni en griego ni en latín, sino en lengua semítica, como el Corán, y que comparte con el Corán sus profetas fundamentales. Nosotros, los musulmanes, estuvimos aquí y estamos aquí; y ya comenzamos a ser una gran cantidad los que no somos musulmanes de países tradicionalmente árabes sino educados en Nietzsche, Darwin, Whitman, Freud, Einstein: no se nos puede marginar tan fácilmente.

Si al final de nuestro debate resultara que existe algo denominado "Occidente" y esta realidad quisiera constituirse en un auténtico proyecto de futuro, necesariamente debería integrar los intereses de todos aquellos que han sufrido las desastrosas consecuencias de su expansión exterior. Y, de hacerlo así, no habría inconveniente en que se basase en un modo de comprensión de la realidad -el aristotélico- que ciertamente localizamos en los países que originan esa expansión exterior. Sin que esto significase que ese modo de comprender la realidad no se enriqueciera con el contraste con otras experiencias del espíritu humano existentes fueras del marco "occidental", por ejemplo, la comprensión oriental.

Pero "¿qué es Occidente?" ¿Qué países pueden considerarse occidentales? Si lo identificamos a Cristiandad, Israel quedaría fuera y la misérrima Iberoamérica dentro. Si lo identificamos a Hemisferio Norte, Argentina queda fuera y Albania queda dentro. Si lo identificamos a países en los que no haya una desesperada miseria incluimos a Kuwait y quedarían fuera los EEUU. Si lo identificamos a un bloque militar liderado por EEUU, habría que incluir a Turquía y excluir a Suiza. Si identificamos Occidente con la descendencia de la romanidad, Japón quedaría fuera, por más poder económico que tenga, y sin embargo tendríamos que incluir a Túnez. Si identificamos Occidente al mundo blanco, Sudáfrica quedaría fuera pero incluiríamos a Bosnia aunque sean musulmanes. Si lo identificamos a países poderosos, Kosovo quedaría fuera aunque sea Europa pero habría que incluir a Corea. Si lo identificamos a unos hábitos europeos, por ejemplo alimenticios, Grecia quedaría fuera, aunque sea la cuna de Europa. Y si, en un arrebato de audacia, identificamos Occidente a la racionalidad heredada de la Grecia clásica, los países que defienden la caza del zorro o la fiesta de los toros quizá quedáramos fuera...

Y ni siquiera en un sentido meramente geográfico "Occidente" va a resultar tan fácil de identificar. El Occidente de Asia es Europa; pero el Occidente de Norteamérica es Asia. Si como dicen algunos espíritus preclaros, la tierra no es plana sino redonda, no hay Oriente ni hay Occidente, o dicho sea de otro modo, todo lugar es Oriente y Occidente respecto a otros lugares.

Prescindiendo de la —demostradamente imposible— identidad geográfica, encuentro tres posibles modelos de "Occidente" para responder a las expectativas que se tienen puestas en él, avisando de antemano que ninguno de ellos será la opción a la que personalmente me adscriba:

1. Modelo amplio: Una primera formulación de lo que sería "Occidente" trataría de englobar toda la amorfa realidad de países sin mínimo común denominador, excepto el del poder que todos estos países comparten. Para ello se ha hablado de la existencia de un triple Occidente: un Occidente cultural, un Occidente económico y un Occidente militar. De este modo, logramos un concepto "Occidente" fuera del cual queda tan sólo lo que nos estorba, el Tercer Mundo. En este caso, se tentaría a China —como se está haciendo en la actualidad— para ingresar paulatinamente en los métodos y mercados ya existentes a fin de no tenerla en frente sino dentro. Los países islámicos que fueran ricos o estratégicamente bien situados entrarían en alguna de las posibilidades mencionadas de Occidente y, los que no, podrían seguir sufriendo impunemente el intervencionismo, el desprecio, la incomprensión e incluso la criminalización de la que en nuestros días están siendo objeto.

2. Modelo intermedio : Una segunda forma de resolver la cuestión, sería la de que Occidente se constituyese en "crisol de culturas". Al haberse extendido Occidente sobre las culturas de prácticamente todo el Planeta, se habría hecho moralmente responsable de ellas. Y, para bien o para mal, por respeto a sus vencidos o por librarse del demonio de la culpabilidad, ahora las contendría a todas y sólo encontraría una vida de armonía interna que evitase el caos social y contribuyese al desarrollo colectivo fomentando la coexistencia pacífica de todas ellas en su interior. Este planteamiento, más romántico que realista, nos parece que deja importantes flecos sueltos: De hecho ¿qué países constituirían este marco de culturas? Se supone que los países responsables de la colonización y la política imperialista, es decir, los mismos que sufren dentro de sus fronteras actualmente un intolerable nivel de crecimiento del racismo y la xenofobia. Y ¿para qué? ¿Para qué acrisolar a los que fueron colonizados? Para lograr cierta consistencia interna frente a alguien, a alguien que aún esté fuera. Sería, a nuestro juicio, una clara definición de Occidente frente a China, que es en la práctica el único país auténticamente poderoso que no se integraría en este modelo de bloque occidental. Si nuestras pesquisas no son desatinadas, se estaría proponiendo indirectamente al Islam formar parte del bloque tradicionalmente occidental frente a la potencia China en imparable ascenso. Y no sería tan absurdo el planteamiento, toda vez que ya Arabia Saudí, Turquía, Egipto, Kuwait y algunas otras naciones islámicas han decidido colaborar sin pestañear con este bloque occidental.

3. Modelo reducido: Una tercera resolución de la identidad occidental, que quizá sea la identificación teóricamente más consistente, pero estratégicamente la más torpe de las tres, sería hacer de Occidente ese conjunto de países de cultura europea, raza blanca y antecedentes cristianos que han conseguido establecer una red de intereses económicos que les permite mantener una situación de hegemonía con respecto al resto del mundo defendiendo ésta con un enorme poderío militar. Estamos sacrificando en aras de la coherencia del concepto países como Japón, Kuwait, Turquía, Corea, Arabia Saudí, etc... pero probablemente compense el gesto reduccionista y etnocéntrico siempre que el determinado bloque "Occidente" supiera disimular su actitud al mantener lazos de alianza y cooperación con los mencionados países que contribuirían al mantenimiento de sus intereses. Además, en esta opción podríamos incorporar países hasta ahora segregados del bloque occidental pero que responderían a la descripción básica del grupo, por ejemplo, Rusia.

Pero, en cualquiera de los tres casos, si "Occidente" es la mera existencia de una red de lazos económicos y unos proyectos de mantener dicho poder a cualquier precio, entonces, rogaríamos que se nos ahorrarse la molestia de hablarnos de rasgos culturales cuya defensa constituiría la esencia de "Occidente", del tipo laicismo, democracia, progreso, racionalidad, valor de la persona, defensa de los derechos humanos, etc. Las relaciones históricas de lo que hasta ahora ha sido Occidente con el resto del mundo se han basado en la dominación, y no es fácil transformarlo ahora de un plumazo en un proyecto cultural. Personalmente, me niego a someter a cirugía estética a ese impulso occidental a la desesperada que tuvo lugar a fines de la Edad Media en el que se confundieron voluntad de poder y voluntad de supervivencia, ambas completamente lícitas, pero también completamente distintas de un proyecto cultural. Porque entonces yo estaría justificando las invasiones que hicimos de otras culturas desde el XVI, las colonizaciones, los imperialismos, los paternalismos, y también los abusos consiguientes a la intervención en países más vulnerables que nosotros.

Es el momento idóneo para hacer introspección y saber si nos ha traído aquí la cuestión "¿Qué es Occidente?" o la pregunta "¿Qué queremos que sea Occidente para justificar qué?". Pensar "¿Qué es Occidente?" cuando ya no hay un auténtico Oriente (porque la China comunista ya no es Oriente ni lo es la India de la bomba atómica ni el Japón del béisbol como deporte nacional), repito, definir hoy día la "occidentalidad" y llenarla de contenido, es pensar un Occidente contra alguien, y sólo habrá que decidir si ese enemigo es el intolerante y fanático Islam o la multitudinaria y poderosa China de Mao..., o si lo son ambos.

Quizá hubiera sido interesante una reflexión previa al inicio de las ponencias del Congreso que estudiase los motivos por los que a estas alturas de la Historia nos podemos a definir el concepto "Occidente"... A mí me parece tener una posible respuesta. Y es que Occidente, hasta ahora, no ha tenido mucho tiempo ni interés por las auto-definiciones: no ha sido más que el fruto de una huida hacia delante —parafraseando a Pierre Chaunu— que tuvo lugar en el siglo XV, cuando se reaccionó colectivamente presa del pánico a que se repitiera una nueva Peste Negra. No nos confundamos: el pánico a las epidemias de la baja Edad Media y no ninguna clase de proyecto concreto de expansión natural de una religión o ideología es –de hecho- el origen de la Europa Moderna, es decir, el germen de eso que estamos llamando "Occidente".

Hagamos un repaso histórico y constatemos que el discurso acerca de Occidente es bastante reciente. No tiene más de cincuenta años. "Occidente como proyecto" no comienza hasta después de la II Guerra Mundial, planteándose como primer objetivo de su andadura la destrucción de la Unión Soviética como bloque económico y militar. Tras el cumplimiento de ese primer objetivo, el "occidentalismo" se plantea un segundo objetivo consistente en la asimilación del Islam en la esfera de la economía capitalista. Hasta qué punto se haya conseguido este segundo objetivo, no me siento capaz de valorarlo. Pero soy consciente de que nuestra presencia hoy aquí plantea veladamente un tercer objetivo del "occidentalismo", que es la superpotencia China. Porque, como defendió Alexander Zinoviev, "occidentalismo, actualmente, es luchar contra China. En el siglo XXI —y sigo citando sus palabras— habrá una gran guerra contra China; si no, Occidente no podrá sobrevivir".

Y para consolidar un grupo de fuerza contra China, un grupo internamente consistente, se trata de emplear a los países islámicos como mano de obra, lugar de materias primas y mercado de productos de segunda mano, y de emplear a las diferentes etnias y culturas que pueblan ya el Occidente blanco como contingente demográfico sin el que no es en absoluto posible ningún sueño imperialista. Pues de todos es sabido que la débil demografía europea actual le obliga a la integración de sus "minorías" étnicas si pretende seguir soñando con tener el protagonismo de la economía mundial. Y aquí llegamos al papel de los conversos, elementos educados en Europa pero que viven la espiritualidad de esas etnias y culturas que se pretende integrar. Los conversos somos los traductores culturales, y, de algún modo, el alambique alquímico que puede transformar a los inadaptados musulmanes de origen en ciudadanos europeos de mentalidad, habiéndose comprobado que incluso los "fanáticos" musulmanes son más fáciles de integrar que las minorías chinas de los países occidentales. Sólo hay que constatar cómo actualmente, en Londres, uno de los centros neurálgicos de Occidente, un hombre puede nacer, crecer y morir sin hablar más que chino.

El occidentalismo, a nuestro juicio, fue magistralmente definido por Zinoviev como "el deseo de Occidente de asimilar otros países, protegido ideológicamente por una misión humanitaria y liberadora (aunque su sentido real no tenga nada que ver con estas hermosas palabras); su objetivo es el de reducir a sus víctimas a un estado que les hará perder cualquier capacidad de desarrollo independiente". Es por eso, que, nuestra personal postura ante la cuestión, y no sintiéndonos representantes en modo alguno de los musulmanes en general, es la siguiente: defendemos que tratar de contestar a la pregunta "¿Qué es Occidente?" es una importante tarea cuyo éxito final sólo podrá cumplirse —a nuestro juicio— vaciando de contenido la palabra "Occidente". Vamos a considerar a "Occidente" una circunstancia histórica, un suceso en el devenir humano, que junto con el logro de un poder material extendió la idea de la superioridad de su raza; y vamos a negar que nunca hubiera un proyecto que responda a un ideal cultural de Occidente. Por ello, no veremos de buen grado que impunemente se utilicen valores de la Grecia clásica, de Roma o del Cristianismo para elaborar artificialmente una opción cultural.

Veamos brevemente nuestras principales reticencias a considerar como definitorios de "Occidente" los rasgos culturales que a continuación se relacionan:

- No podemos estar de acuerdo, ante todo, con la trasnochada idea del mítico Occidente que pretenda defender que es la civilización contra la barbarie. Así como rechazamos las consecuencias de este mito: el etnocentrismo, la arrogancia, el monoteísmo, el racismo..., porque si Occidente es esto, mejor no ser nada.

- No podemos, en absoluto, estar de acuerdo con ningún planteamiento que reduzca Occidente a Cristiandad, porque sabemos que Occidente creció escapando del Cristianismo, de la falta de racionalidad y la falta de amor por esta vida del Cristianismo medieval...

- No podemos admitir que lo característico de Occidente sea la racionalidad por motivos que no precisan de mucha explicación. Si fuera así, Lao Tsé, Dôgen, Shamkara, Buda,... ¿Eran irracionales o eran occidentales?

- De igual forma, no podemos admitir que sea característico de Occidente el individualismo, desde el momento que hemos tenido conocimiento de algunas formas más tremendas de individualismo en nuestro trato con musulmanes, hindúes o chinos. El individualismo chino, por poner un ejemplo, que sobrevive a uno de los estados más tiránicos que hayan existido, y que no se deja someter por culpabilidades de conciencia ni por controles morales por parte de la sociedad es algo con lo que el frágil individualismo que nace de la cultura protestante no puede competir. Porque en Occidente el grado de individualismo ha sido la clave del éxito personal, pero en China el individualismo es idéntico a la aspiración por la mera supervivencia.

- No podemos estar de acuerdo con que lo característico de Occidente sea el Estado de Derecho, a menos que se especifique Derecho Romano, y se sepa que ni todos los hombres tienen que aceptar el Estado como institución de gobierno ni todos los países tienen que aceptar el Derecho Romano como su forma de legislar las relaciones entre los individuos de una comunidad. Si "Occidente" es Estado de Derecho, una vez más, no pertenecer a Occidente sería ser un salvaje o un bárbaro.

- Exactamente igual nos ocurre si Occidente es ese conjunto de países en los que se cumple la Declaración Universal de Derechos Humanos. ¿Es que sólo en Europa o Norteamérica se han contemplado los Derechos Humanos? No es esto lo que la Historia precisamente nos enseña. ¿Es que el indio norteamericano no cumplía mejor con los derechos humanos que el blanco que le invadió, y qué decir en Europa de la Yugoslavia de Milosevic respecto a los musulmanes bosnios? Si es Occidente todo aquel país en el que se defienden los Derechos Humanos, ¿dejará Israel de ser occidental en el mandato de Ariel Sharon? ¿y Rusia por su macabra campaña en Chechenia dejará de pertenecer a Occidente? ¿y Estados Unidos cuando responde a un acto terrorista con un acto de guerra en Afganistán en la que están muriendo miles de civiles de hambre y de frío?

- No podemos estar de acuerdo que el hecho de haber llegado al laicismo sea un logro cultural de Occidente y uno de sus factores de identidad, porque ¿qué culpa tienen otras religiones de no haber sido tan castrantes con las minorías que habitaban su tierra como fue el Cristianismo para que la única salida a la convivencia fuera abolirla como religión oficial? Si Occidente se define como la defensa del laicismo, debe hacerse consciente que nuevamente se sitúa en frente de toda experiencia tradicional del hombre, porque, no sólo el Islam sino ninguna de las religiones tradicionales han necesitado separar la experiencia de lo trascendente de la experiencia del ordenamiento social. En este caso, el modelo occidental volvería a proponérsenos como el único modelo posible de progreso humano: "Si no separas la religión de la organización de la vida social eres un bárbaro". Cuando, en el mejor de los casos, el laicismo sería medicina de esa enfermedad que han creado los países de la colonización destruyendo las estructuras tradicionales de convivencia y sustituyéndolas por un Estado títere al servicio de sus intereses.

- No podemos estar de acuerdo en que Occidente se caracterice por un ideal de progreso tecnológico, porque de hacerlo así establecemos un baremo de superioridad cultural intolerable con esos pueblos a los que —de hecho— no estamos permitiendo el desarrollo. Pues todos los pueblos desean dicho desarrollo y muchos de ellos llegarían a lograrlo si no lo impidiéramos con todos los medios a nuestro alcance. El progreso real lo desean todos los pueblos, pero no todos están de acuerdo en que lo que sucede en los países del Occidente blanco sea "progreso", ni tampoco en que los medios que se han empleado para lograrlo sean legítimos. Y la posmodernidad ya ha dicho desde la misma Europa todo lo que había que decir al respecto de la quiebra de la idea ilustrada de "progreso".

- No podemos estar de acuerdo que la esencia de Occidente sea "mercado libre, elecciones libres". Porque si hay mercado libre no hay elecciones libres, esto nos resulta evidente, al menos a los que no hemos nacido ayer... No consideramos que Occidente sea democracia, porque hay votaciones en Italia, y en Argentina y en Japón y en México y en Estados Unidos, en Irán y en Turquía..., sin que existan ni puedan existir garantías de que el gobierno resultante sea el poder del pueblo y no el de los grupos económicos que manejan los Estados. Y, sin embargo, la pequeña sociedad beduina en la que el Profeta Muhammad se desenvolvía con sus shura en las que se decidía por consenso acabaría resultando que era "occidental"... De modo que toquemos por donde toquemos, una definición monolítica de un "proyecto: Occidente" se nos vuelve un esperpento...

- Pero es que tampoco creemos que exista ese tan cacareado mercado libre. Si Occidente es "mercado libre", no debe haber ningún país que forme Occidente, ya que en todos ellos hay leyes que impiden la entrada de capital, productos o materias primas a precios que rompan el mercado interno.

Actualmente, tan sólo piensan que la esencia de Occidente sea el Capitalismo los occidentales que desean provocar un enfrentamiento entre Occidente y el Islam porque ignoren la debilidad a que eso les conduce frente a un tercero en discordia, y asimismo los musulmanes que muerden el cebo puesto por algunos lobbies y servicios de inteligencia que hablan de un Islam contra el Shaytán de Occidente liderado por Ben Laden. Porque, efectivamente, el Islam es enemigo del Capitalismo, pero Occidente no es idéntico a Capitalismo. Si así fuera, seguramente, no estaríamos aquí. Porque el Capitalismo en estado puro, en su esplendor, no necesita aliados ni legitimaciones. Estamos aquí porque ya hay modelos de Capitalismo que se salen de las fronteras de Occidente y que le superan en métodos y capacidad de sometimiento del vencido. Me refiero al Capitalismo que se ensaya en Hong Kong, Taiwan, Japón o Corea, como laboratorio del que llegará a liderar China.

En lo que nos concierne a los musulmanes, tengo que declarar que el Islam no es el enemigo de Europa, ni es el enemigo de los Estados Unidos, ni es el enemigo de Rusia, ni es el enemigo de China, como no es el enemigo del Cristianismo ni del Judaísmo. El Islam fue enemigo del Comunismo hasta su desaparición y es enemigo del Capitalismo, sea dirigido por países de herencia europea o —como probablemente suceda en el futuro— de corte asiático.

En conclusión, esa entelequia llamada "Occidente" deberá permitir a la herencia de valores griegos, romanos y cristianos (que se emplean para su conformación) expandirse por toda la Humanidad, tras de lo cual "Occidente" deberá disolverse en la nada que es, exactamente en la medida en que ha ido haciendo desaparecer a su contrario geográfico y cultural —Oriente—; porque ambos, Occidente y Oriente, deben ser tomados en el futuro como momentos de la Historia del hombre, nunca como sistemas culturales concretos y coherentes. O, de lo contrario, siempre habrá alguien que quede fuera de la Historia.

Nosotros, los musulmanes europeos, ofrecemos nuestra ayuda para desactivar esa bomba de odio que se elabora artificialmente con el nombre de "Occidente" y no escatimaremos esfuerzos en la tarea de transformar "Occidente" en "Mundo". Y no al contrario, como desea la globalización. Pedimos a Allâh que nos permita contribuir a hacer del "occidental" simplemente "un hombre", y que podamos decir todos con Sófocles: "Soy un hombre y nada de lo humano me es ajeno".

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