¡Presidente: Todo acabará el 21 de Diciembre del 2012!
¿Qué
pasaría si todos los gobernantes del mundo, supieran que el final esta
próximo?
Un cuento para no dormir
Por:
Armando Martí
El mandatario se despertó
intempestivamente de un sueño profundo, su cama King Size, estaba humedecida por
el sudor de una larga angustia. Miró a su esposa que dormía plácidamente, no
quiso despertarla. Trató de recordar qué imágenes inconscientes pudieron haberle ocasionado ese estado de
nerviosismo. Ninguna importante, pero insistentemente su cerebro repetía: «Francisco, todo acabará el 21 de diciembre del
2012», eran ecos de
una gran caverna interior. Esa frase daba vueltas reiterativamente en su mente,
como si tuviese vida propia por varios minutos.
Afortunadamente, aquel pensamiento
se fue diluyendo por la ardua agenda que sus asistentes le tenían para ese día:
desayuno con el embajador de Francia, reunión del gabinete de ministros, revisión de nuevos proyectos de ley, almuerzo con la
recién elegida reina de su país, una junta extraordinaria con el alto mando de
las Fuerzas Armadas para analizar la seguridad
ciudadana. De esta manera, toda su atención y energía se concentraron en el
cumplimiento de sus obligaciones.
En la
noche, después de cenar con su esposa e hijas, se sintió extenuado, y se fue a
dormir temprano. Sobre las 11:00 p. m., estaba sumido en un profundo sueño,
sintió que su corazón latía descontroladamente, y el mismo mensaje empezó a
rondar su cabeza con mayor intensidad: «Francisco, todo acabará el 21 de
diciembre del 2012». Ansioso, miró el reloj, marcaba las 3:00 a. m., le
fue imposible conciliar el sueño; levantándose de su cama se dirigió hacia el
estudio del primer piso de su casa presidencial, y trató de olvidar esas
vibraciones internas que le habían producido esa fatídica
sentencia.
Para ordenar la mente,
decidió escribir en su agenda personal que al despuntar el alba, iría
a consultar al Dr. Pacheco, médico de cabecera, y además pediría la
asesoría de su director espiritual, monseñor Laverde; también para asegurar toda posible respuesta, integraría a su amigo, el
profesor llamado Martinelli. De todas las consultas, ninguna lo satisfizo
totalmente. Las voces que escuchaba podían ser: exceso de
trabajo, recuerdos dolorosos de la infancia, deseos sexuales
reprimidos, neurosis de angustia, quizás falta de
fe, clemencia, tolerancia, humildad, desmedida
ambición e incluso el no haber abrazado los sacramentos tranquilizadores
para el alma; o sería posible un ataque psíquico a través de poderes
desconocidos, causándole el rompimiento del cuerpo astral, y el
consiguiente desequilibrio de los chakras con el fluido vital; o lo peor, el
cumplimiento inexorable de las profecías Mayas.
En el fondo de su corazón, sentía
que los asesores consultados no tenían razón, y, por lo tanto, las palabras que
lo martirizaban provenían de un poder superior a él mismo. Ante estas dudas, se
retiró algunos días a su casa de campo, a las afueras de la ciudad, y dejó al
mando de sus responsabilidades al vicepresidente. Permaneció, por consejo de
monseñor Laverde, tres días en completo silencio; no contestó su teléfono móvil,
ni siquiera el saludo de su cuerpo de seguridad, y se comunicó únicamente por
medio de notas que escribía en pequeños papeles dirigidos a la cocinera,
o al personal administrativo donde se encontraba. Al finalizar el voluntario
retiro espiritual, estaba completamente seguro de que ese vaticinio se
cumpliría.
El martes 10 de abril del 2012, su jefe de comunicaciones convocó alrededor de cien
periodistas de todos los medios nacionales e internacionales, en el salón azul
de palacio. A las 4:00 p. m., el presidente informó al mundo la noticia más impactante y asombrosa que gobernante alguno, durante toda la
historia de la humanidad, hubiese difundido: «¡Señores periodistas, el fin del mundo será
exactamente el 21 de diciembre del 2012; nos quedan ocho meses de vida, y
rogamos al cielo que durante el tiempo podamos prepararnos física, mental y
espiritualmente para este definitivo evento!», exclamó el presidente, con voz
impostada, para disimular la zozobra que le producía dar esta
primicia.
Las
declaraciones causaron revuelo planetario debido a que el prestigio del
presidente estaba sustentado por su inteligencia, tenacidad, y, especialmente,
por su sentido común en los años de Gobierno. Todas las cadenas
televisivas, radiales, Internet, redes
sociales y medios impresos circularon esa advertencia apocalíptica.
Después de algunas semanas en donde reinaron el pánico y contradicciones propias
de ese letal futuro, las Naciones Unidas emitieron un comunicado
destacando las siguientes órdenes para ejecutarse inmediatamente:
1. Todas las religiones del mundo se
unirán, sus guías espirituales tendrán la prioridad de consolar a las
personas que lo soliciten y prepararlas para la trascendencia hacia el encuentro
con Dios.
2. Se convoca a todos los profesionales del planeta en las
áreas: medicina, psiquiatría, psicología y terapias alternativas, para integrar equipos de manejo de crisis
personal, familiar y social de los habitantes del
planeta.
3. Los grandes capitales económicos de todas las naciones se fusionarán,
para atender las necesidades más apremiantes, y compartirán el dinero para
cubrirlas.
4. Se activarán todos los estamentos de
seguridad mundiales, con el fin de garantizar la protección ciudadana y
controlar actos de violencia, pillaje, agresión
física, robos y todo acto personal, e inclusive social, que ayude a
incrementar el caos colectivo.
5. Las grandes compañías de alimentos se
verán en la obligación de incrementar a gran velocidad la conversión de la
comida en alimentos no perecederos.
6. Los medios de
comunicación masivos estarán en la obligación de transmitir películas,
documentales e informes periodísticos que exalten los valores
morales, éticos y espirituales de los ciudadanos; se prohíbe
todo contenido de violencia, conflictos armados, sexo pornográfico y lo
que estimule el desequilibrio mental, emocional y pensamientos
negativos de las personas.
(Este manifiesto se extendía a treinta puntos, siendo
los mencionados los más difíciles de acatar).
En
corto tiempo, Francisco, el presidente, se sintió más unido a su mujer, hijos y
amigos. Por increíble que parezca, después de tres meses de haberse enterado las
gentes sobre el fin del mundo, se fueron sintiendo extrañamente en paz,
con una conexión y tranquilidad interiores donde
el amor, desapego, humildad y deseo de
servicio reinaban en sus corazones, y se reflejaban en sus acciones. Poco a
poco, dejaron atrás el afán por el dinero, y desaparecieron los carruseles
de la corrupción, la ambición de poder, el egoísmo y la
búsqueda incesante de belleza al igual que fama. Se apagaron
mundialmente los teléfonos celulares,
los chats de Blackberry y iphones: igualmente,
millones de computadores se cerraron evitando la contaminación
visual y electromagnética.
Así
mismo, bajó el consumo de gasolina, los derivados del
petróleo y gases tóxicos de las fábricas industriales. Se
purificó el oxígeno, y las personas pudieron caminar sintiendo un nuevo
bienestar en sus vidas. Los grandes laboratorios farmacéuticos, que en
principio calcularon que las ventas de ansiolíticos y tranquilizantes se
incrementarían en un 500%, empezaron a cerrar su producción pues los
consumidores ya no tenían tanta angustia ni desesperación. Inclusive
las Fuerzas Armadas, soldados y grupos terroristas dejaron de
tener sentido como muchas otras cosas en el mundo. La nueva vibración planetaria
basada en la aceptación, el conocimiento de sí mismo y el amor opacaban las
intenciones belicosas, envidiosas, oscuras, ladinas y bajas de los seres
humanos.
Durante
las dos últimas semanas previas al acontecimiento profetizado, Francisco, el
gobernante, se sentía lleno de alegría y satisfacción; había cambiado su estilo
de vestir por mantos de algodón blanco y simples sandalias. Podía caminar por
entre las multitudes sin ningún guardia que lo protegiera. A su paso, el público
lo aplaudía y admiraba, los mandatarios de otros países seguían su ejemplo, y el
mundo parecía por primera vez, desde su creación, estar en algo parecido a la
total armonía.
Desde
el 19 de diciembre del 2012, casi toda la comunidad global entró en una
quietud meditativa, cundió el deseo de tomarse de las manos y abrazarse unos a
otros. Solo anhelaban dar, sentir y recibir amor universal. En las grandes
ciudades se escuchaban los cánticos de las aves mañaneras alegrando a quienes
las oían. Esa simpleza hizo entender que el verdaderamente rico es aquel que
menos necesita de las cosas.
El
21 de diciembre del 2012 a las 11:00 p. m., Francisco tuvo la necesidad de
estar completamente solo en este tránsito hacia el fin del mundo. Él había
aprendido que solamente aquel que sigue sus corazonadas logra la paz. Se
disculpó ante su familia, gabinete y asesores; pidió que no lo interrumpieran
hasta faltando cinco minutos para las doce de la noche; lentamente se dirigió a
la capilla de la mansión presidencial.
Cumplido el tiempo, su esposa y su hija mayor golpearon
la puerta. Como el presidente no respondía, llamaron a algunos miembros de
seguridad. Faltaban cuatro minutos para acabarse el mundo, y ansiaban estar
abrazados a este profeta iluminado. Francisco abrió la pequeña puerta
tranquilizando a su esposa. Docenas de cámaras enfocaban su rostro y transmitían
los momentos definitivos de vida humana. Toda la atención estaba centrada en
este gobernante, que convirtió al mundo a través del mensaje sagrado de su
predicción. Faltando treinta segundos para las doce de la noche del 21 de
diciembre del 2012, sus palabras finales inspiradas
en Jesús fueron: «Ciudadanos del mundo, como diría el maestro: un
nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he
amado», y agregó: «Hemos podido, al fin, cambiar nuestro desamor
por la luz de la verdad en la trascendencia. Los felicito a todos, y, además,
nos merecemos un ¡fuerte aplauso!».
Los
periodistas, acompañantes y televidentes, presentes en ese histórico instante,
captaron el momento exacto en que Francisco, el iluminado, exhaló el último
suspiro al detenerse su corazón. Su cuerpo cayó abruptamente al suelo. Al marcar
las 12:00 del nuevo día, todos pensaron que los próximos muertos serían ellos,
se abrazaron eufóricamente y gritaron: «Es verdad, lo único importante es
el amor, y lo único verdadero es el espíritu». Permanecieron en ese
eterno abrazo, y nada diferente ocurrió en el mundo. Pasaron cuatro, cinco y
hasta diez minutos, era ya el 22 de diciembre del 2012, y nada,
absolutamente nada, aconteció; se miraban sorprendidos, nadie entendía, estaban
esperando un estallido que barriese la Tierra por un impresionante choque
causado por otro planeta, o por lo menos unos descomunales fenómenos
naturales,
como tsunamis, terremotos, ciclones y huracanes, lo
que menos imaginaron era seguir aún con vida.
Mientras contemplaba el cuerpo sin vida de su esposo, la
primera dama de esa nación percibió dos grandes lágrimas que salían de sus ojos,
al comprender el verdadero significado del mensaje enviado desde el más allá a
Francisco: el fin del mundo fue el fin del mundo personal y único del
presidente, quien desde su intuición supo la fecha exacta de su fallecimiento.
Las otras lágrimas, mucho más dolorosas que bañaban su rostro, fueron producidas
por la certeza de que el mundo volvería a ser el mismo de siempre.
Conclusión:
Desde
la primera profecía Maya del 11 de agosto de 1999 hasta la fecha
de este artículo - martes 15 de mayo del 2012 -, han muerto por diversas
causas aproximadamente 350 millones de personas, las cuales han
encontrado el fin del mundo terrenal (eso sin contar los miles de años
anteriores y su correspondiente tasa de mortandad).
El
miedo a la muerte es realmente inevitable, y la angustia de la separación que el
hombre siente desde que nace hasta que expira, es más fácil de sobrellevar si se
enmascara con la idea del fin del mundo. Es preferible la muerte colectiva a
afrontar la muerte individual. Ese profundo miedo nunca nos abandona, puede
sobrellevarse solamente con la aceptación de nuestra fragilidad en la
existencia, entendiendo que el fin del mundo no existe, puesto que al morir
nuestra energía no se acaba, sino tan solo se transforma, cambiando de
vibración. Allí en nuestro futuro, estará siempre el amor, la fuerza base de
todo lo creado, entonces al cerrar por última vez nuestros ojos en este mundo, y
al abrirlos de nuevo en el otro, miraremos con que gusto, amabilidad, y ternura
seremos acogidos por nuestro creador, descubriendo en ese instante el por qué y
para qué, de la misión que nuestro ser superior nos encomendó. Recordemos, que
esta gracias es por merecimiento de lo actuado y aprendido en la vida
terrenal.
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