Ángela Peralta
Me dice mi querido paisano el Joaquín: “La ópera que más se adaptaba a su voz fue La Sonámbula y con ese atuendo fue sepultada en Mazatlán. Gutiérrez Nájera es el poeta que mejor describe el canto de la diva. Curiosamente, donde termina la avenida Gutiérrez Nájera estuvo la puerta de entrada del panteón Ángela Peralta. De ahí fueron exhumados sus restos para llevarlos a la Rotonda que entonces era de los Hombres Ilustres y tuvo que cambiar por el de las Personas Ilustres. Creo que pocos saben en el Puerto quién fue El Duque Job, y la fecha de pasado mañana miércoles (134 aniversario de su muerte) pasará inadvertida para la burocracia cultural mahatleca”.
REFERENCIA
Ensayo de Manuel Gutiérrez Nájera dedicado a Ángela Peralta (El Duque de Job, en El Partido Liberal, t. XI, núm.1653, 14 de octubre de 1890, http://bit.ly/2wKvYZP). Esa noche iba a oír La Sonámbula (ópera semiseria en dos actos con música de Vincenzo Bellini y libreto en italiano de Felice Romani; es una de las tres óperas más conocidas y representadas de Bellini, junto a Norma y I Puritani; es considerada una de las cumbres del bel canto romántico italiano. El rol titular de Amina con su alta tesitura es conocido por su dificultad, requiriendo un dominio completo de trinos y técnica florida; por supuesto, no hay grabaciones con Ángela Peralta, pero escúchala cantada por María Callas en 1955: http://bit.ly/2w9T0ru). En ese texto, el duque Job (como firmó originalmente) nos explica cómo es el arte de cantar esos escarabajos que llamamos notas (palabras que la revista eligió atinadamente como título).
ENSAYO
“No quiero oír Sonámbula sin preguntar anticipadamente: ¿por qué no hacemos el monumento que ha de guardar la Sonámbula nuestra? Era yo muy niño cuando oí esta ópera por primera vez, y la cantaba Ángela Peralta. No la aplaudí entonces porque no podía aplaudir, pero lloré. ¿Por qué lloraba? Los niños lloran por las tristezas venideras, y los hombres… por las que se fueron. Hoy, Sonámbula no complace mis ideales artísticos; sé algo más, siento acaso algo menos, pero estoy cierto de que Ángela Peralta hablaba a mi alma en ese idioma que se escucha sólo con los ojos cerrados, y también estoy cierto de que… no he vuelto a oír cantar a otra Sonámbula soñadora en ese idioma. ¿Es culpa mía? No lo sospecho. Releo el Rafael de Lamartine y aún me enternece. Oigo la Serenata de Schubert y aún me encanta. He oído a Adelina Patti en El barbero y me ha hechizado. ¿Por qué, pues, ya no entiendo La sonámbula? Sólo por esto, acaso: porque después de haberla oído a Ángela, la he oído cantar con la garganta, pero no con el corazón. Y el corazón es el que canta. Un compositor escribe, traza en el papel esos escarabajos que llamamos notas, se oye a sí mismo y siente que ha expresado con verdad o con calor sus sentimientos. Abro la partitura del compositor, y a mí me parece un logogrifo. Me habla él en lengua extraña. Esas letras que él emplea no están en el alfabeto que conozco. Necesito, pues, que me traduzcan sus ideas. Y si el traductor es malo o mediano, paréceme la obra original, mediana o mala. No pasa lo mismo en la literatura. El escritor francés será mal apreciado por aquellos que lo juzgan con arreglo a versiones inglesas o españolas. Pero, de todas suertes, siempre sus ideas quedan vivas, en pie. Perderá algo el estilo, la forma, en la viciosa traducción, pero no pierde nada el pensamiento. El compositor musical, para ser apreciado por los profanos, por los que no conocen el alfabeto de ese idioma garabatesco o jeroglífico, necesita, hasta en su propio país, de colaboradores inteligentes, de correctos traductores. Ha menester del ejecutante o del cantante. Y el ejecutante y el cantante, para transmitirnos la idea o el sentimiento del autor, necesitan hacer suya esa idea o ese sentimiento. Manuel Gutiérrez Nájera”.
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