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lunes, 30 de julio de 2018

El riesgo del desencanto acecha a AMLO

Viene saber qué tanto del discurso de campaña de López Obrador se convertirá en realidad y quiénes serán los personajes que lo aterrizarán
 
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Pensé que no viviría para verlo, pero, 18 años después, Andrés Manuel López Obrador consiguió ganar la Presidencia de la República, y por paliza histórica, al PRI y al PAN; ni juntando sus votos le habrían ganado Ricardo Anaya, José Antonio Meade y “El Bronco” Rodríguez.
Sin regateos, porque así lo quisieron millones de mexicanos, el trato será de señor Presidente; no, desde luego, como si se tratara de Juárez, Madero y Cárdenas, como él se ve y como sus panegiristas ya lo empiezan a adular para hacerse de su voluntad (como por regla general ocurre a los ganadores), y porque aún faltan cinco meses para el inicio de lo que llama la “Cuarta Transformación de la Vida Pública”.
Su triunfo indiscutible (“la tercera es la vencida”, dijo y cumplió) fue un tsunami anunciado que muy pocos advirtieron en las cúpulas mientras los más se negaban a aceptar, un tsunami que le dará un poder de dimensión casi absoluta, sin contrapesos, al que, quizás, ni siquiera él aspiraba y que a muchos provoca temor.
La jornada de ayer es histórica por muchos motivos, no sólo por el triunfo arrollador del tabasqueño, de casi 54 por ciento de la votación, sino por la reacción de sus contendientes, a la que, también sin regateos, debe calificarse de gran civilidad democrática.
José Antonio Meade salió, de inmediato, a reconocer, sin remilgos, la derrota; también lo hizo Ricardo Anaya, que, sin embargo, ya sin el blindaje de la candidatura presidencial siguió su pelea personal con el Gobierno federal.
Y, desde luego, por el reconocimiento al Presidente Peña Nieto por el trato que le dio al conocer los resultados electorales, bien diferente, subrayó Andrés Manuel, al de sus antecesores, Vicente Fox y Felipe Calderón.

SIN COMPETENCIA
Sin duda, la rapidez del reconocimiento de la derrota tuvo que ver, sí, con la civilidad, pero también con el margen entre el ganador y los perdedores. Andrés Manuel nunca tuvo competencia porque contó con la complicidad de priístas y panistas del más alto nivel que en sus pugnas internas recurrieron a todo para destruirse entre ellos y que terminaron liquidando a sus partidos.
Ya está a la vista la carnicería en el PAN por el control de las siglas y las millonarias prerrogativas que reparte el INE conforme a los porcentajes de votación; la del PRI vendrá apenas dejen de tener jefe en Los Pinos, aunque no faltará quien ya, desde ahora, quiera refundarlo.
Pero estas son otras historias que contaremos en tanto nos sea posible; por ahora, el tema es López Obrador.
Parece lugar común, pero el advenimiento del lopezobradorismo marca el fin de una era irrepetible porque tanto el PRI como el PAN quedan con la identidad maltrecha y con una visión alejada de la realidad: Piensan en oposición cuando deberían estar planeado la resistencia, como lo hizo Andrés Manuel durante 18 años, hasta conseguir lo que ni Cuauhtémoc Cárdenas pudo con todo y su apellido.
Pero lo realmente importante es qué tanto del discurso de campaña del candidato ganador se convertirá en realidad y quiénes serán los personajes que lo aterrizarán.
Andrés Manuel sabe de su necesidad de estar a la altura de las expectativas anidadas en millones de electores creyentes en cada una de las promesas que les hizo; algunas, si no imposibles, sí de difícil cumplimiento. No por nada se le califica de populista, se le compara con Luis Echeverría y persiste el temor del regreso a la década de los 80.

¿CÓMO SATISFACER A TANTOS?
No le resultará fácil satisfacer a tantos que ya sienten que pronto se reflejarán en sus vidas personales y familiares los beneficios de haber votado por quien les prometió a manos llenas. Gobernar es bien distinto a denunciar, demandar y prometer en la oposición, como lo aprendió, en Los Pinos, Felipe Calderón.
Lo ideal sería que pueda cumplir a cabalidad lo prometido punto por punto, pero siendo un obrador de milagros electorales, como el de ayer, difícilmente lo podrá ser en materia económica, en seguridad y educación, al menos en los términos de su compromiso, con los cuales, por cierto, no muchos comulgan.
Y no porque mintiera cuando hablaba en la plaza pública o prometía en los debates del INE, o porque su discurso fuese delineado por un grupo de genios en mercadotecnia electoral para ganar voluntades diciendo a cada quien lo que quería escuchar. Como reconoció con cinismo Vicente Fox, en campaña se promete lo que sea, aunque no se tenga intención alguna de cumplir; espero no sea su caso.
No. Debemos creer que el candidato ganador dijo la verdad en cada una de sus promesas de campaña y que no fueron ocurrencias del momento para salir de apuros; mal le iría al país si el primer día de diciembre próximo toma posesión un López Obrador desconocido, diferente al de la campaña o al que anoche pronunció su primer discurso como triunfador y habló a los mexicanos de reconciliación.
Lo peor que podría ocurrir al Presidente López Obrador sería que, en horas muy tempranas del sexenio, el desencanto cundiera en quienes lo llevaron a la Presidencia. A lo largo de la campaña prometió no fallar a sus votantes; anoche lo reiteró, pero cumplir va a ser un trabajo diario a contracorriente. La realidad suele ser tan terca como él.
Sería terrible que temprano empezaran los reclamos y que, como él ha hecho a lo largo de su lucha por ser Presidente, los de enfrente aprovechen los incumplimientos para recuperar el terreno perdido en esta elección.
Mucho antes del día en que iniciará la “Cuarta Transformación de la Vida Pública”, su grupo de transición podrá ver al país como un forense mira un cuerpo sobre la plancha. Será, entonces, cuando él y quienes lo rodean sabrán qué tanto podrán aterrizar de lo prometido.
Entonces sabrán que mucho es inalcanzable y tendrán que encontrar (y pronto) la manera de explicar a quienes creyeron en el proyecto que el cumplimiento de promesas vendrá a cuentagotas.
Desde luego, siempre se podrá responsabilizar a la mafia del poder, pero, para entonces, ya no será una explicación muy creíble porque muchos de sus miembros ya estarán más que alineados rodeando al nuevo Príncipe. Nada nuevo; siempre ganan, sea quien sea el triunfador en las urnas. De hecho, tienen el mérito de haber percibido a tiempo hacia dónde soplaba el viento y, desde entonces, se arrimaron.
Por lo demás, lo único que queda es confiar en su palabra empeñada. A la falta de contrapesos, incluido el de la llamada gran prensa, reflejada en las televisoras y algunos medios escritos, sólo queda su promesa de respetar las libertades.
Pronto veremos qué tanto puede contener a algunos de quienes lo siguen desde que inició su marcha sobre la Presidencia y que no han dudado en exhibir su radicalismo. La experiencia dice que la corte, en ocasiones, es más poderosa que el presidente. Que no sea su caso.
Bienvenida su Presidencia. El pueblo tomó una decisión histórica que nadie tiene derecho a poner en entredicho.

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