Jutba del maqam del Profeta Daud
Reconocemos al Daud de nuestro ser transitando la experiencia humana del bien y de la belleza. Humana, porque los profetas son seres humanos. Y humana también porque es una experiencia de lo efímero, de lo palpitante, de aquello que sólo se reconoce a sí mismo en la contradicción, en el pálpito.
Aunque la báraka de Allah que reciben los profetas y sus logros espirituales exceden siempre a los de la gente común, no por ello dejan de ser como nosotros en sus pulsiones básicas. No son ángeles ni genios sino criaturas que sienten hambre y sed, tristeza y alegría. Y precisamente por serlo son un modelo, una referencia para nosotros, que recorremos la vía del sometimiento a la Realidad desde nuestra precariedad, desde nuestra absoluta dependencia. Allah nos dice en el Qur’án que ha beneficiado a Daud con un libro de Sabiduría Divina, con el discurso de la Háqiqa, esa Ciencia de la Realidad que nos hace conscientes de Allah y nos ayuda a desvelar y comprender los misterios de nuestra existencia, y a vivir agradecidos en la vacuidad.
Daud, la paz sea con él, es el tayali de la gracia divina cuando se expresa con claridad en nuestras almas, haciéndolas participar de la creación. El humilde pastor agraciado con la presencia es exaltado hasta el jalifato, agraciado con el dominio sobre los mundos. Allah le hace triunfar sobre sus enemigos, le colma de bienes, de reconocimiento. La comunidad le aclama, le respeta y le ama. El pueblo se siente dichoso de tener por emir a un profeta inspirado. Se sienten seguros… En los Salmos, Daud exclama:
“Si tuviera hambre no te lo diría
Pues el mundo y lo que encierra es mío.”
(Salmo 51)
Pues el mundo y lo que encierra es mío.”
(Salmo 51)
Pero Daud, aleihi salem, reina sobre una comunidad humana surcada de sentimientos encontrados. Los poderosos sienten envidia de él aunque no pueden dejar de reconocer su grandeza y su rango. El rey Saúl aparece, en el Libro de Samuel, ofuscado por el amor que las gentes sienten hacia Daud, quien, finalmente, es coronado rey en Hebrón.
El Qur’an nos describe, sobre todo, la humanidad de Daud, aludiendo a su error, en el pasaje de los litigantes, en la sura Sad, donde Allah pregunta al profeta Muhámmad, la paz sea con él:
“Y aun así, ¿ha llegado a tu conocimiento la historia de los litigantes, la historia de aquellos dos que saltaron los muros del santuario donde Daud estaba rezando?
Cuando se presentaron ante Daud, que se asustó de ellos, dijeron: ‘¡No temas! Sólo somos dos litigantes. Uno de nosotros ha sido injusto con el otro: juzga, pues, entre nosotros con justicia, sin apartarte de la equidad, y muéstranos el camino de la rectitud.
Ciertamente, este hermano mío tiene noventa y nueve ovejas, mientras que yo sólo tengo una oveja, y aun así dijo: ‘Confíamela,’ y a la fuerza ha prevalecido sobre mí en esta disputa nuestra.’
Daud dijo: ‘¡Sin duda ha sido injusto al pedirte tu oveja para añadirla a sus ovejas! Así, en verdad, muchos asociados son injustos unos con otros, excepto los que creen en Allah y hacen buenas obras: pero ¡qué pocos son!’
Y de repente Daud comprendió que le habíamos probado: pidió entonces perdón a su Sustentador, y cayó postrado y se volvió a Él en arrepentimiento.
Por lo que le perdonamos esa falta: ¡y, en verdad, tendrá proximidad a Nosotros en la Otra Vida, y la más hermosa de las metas!
Y dijimos: ‘¡Oh Daud! Ciertamente, te hemos hecho profeta y, con ello, Nuestro jalifa en la tierra: juzga, pues, entre los hombres con justicia, y no sigas vanos deseos, no sea que te aparten del camino de Allah: ¡ciertamente, a quienes se apartan del camino de Allah les aguarda un severo castigo por haber olvidado el Día del Ajuste de Cuentas!”(Sura 38, Sad, ayat 21-26)
Según las fuentes más antiguas este pasaje alude a la cuestión de si los profetas, pueden o no cometer errores y faltas, si ellos, también, están sujetos a las debilidades de la naturaleza humana o están dotados de tal pureza de carácter que les hace imposible equivocarse. Este pasaje del Qur’án sugiere que la pureza de los profetas, su naturaleza impecable, no es una cualidad inherente, sino el resultado de una lucha interior, de esa Gran Yihad que se libra en sus corazones de la misma manera que en los nuestros. El triunfo y la luz de los elegidos son un logro espiritual y no una cualidad innata y estática.
Tabari se hace eco de la narración que aparece en el libro de Samuel y relaciona este pasaje del Qur’an con esa historia, según la cual Daud, la paz sea con él, se enamoró de una hermosa mujer a la que vio desde su terraza, bañándose en el patio de su casa. Quiso saber quién era y supo que se trataba de Betsabé, y que era la esposa de uno de sus generales llamado Urías. Absolutamente obcecado por su pasión, Daud ordenó al visir que situara a Urías en el lugar más peligroso de la batalla. Urías murió y Daud se casó con su viuda, que más tarde sería la madre de Suleimán.
El hombre que había sido agraciado con todos los bienes, a quien Allah no había negado nunca Su presencia, ni la victoria sobre los enemigos, ebrio de belleza y anegado por el deseo, transgrede el límite de su santuario, el muro de su haram.
Los litigantes que aparecen de improviso delante de Daud son ángeles enviados por Allah para hacerle consciente de su error. Ángeles que son, en su aparición, las haqaiq, los destellos luminosos de la Háqiqa, las luces que permiten a Daud ser consciente de haber errado, signos de su conciencia que, al final, consiguieron saltar los muros de su maqam, y que le ayudan a comprender que la pasión ha llegado a cegarle.
Los litigantes son los ángeles encargados de recoger el contenido de nuestros corazones durante toda nuestra vida en este mundo, los limpios espejos de nuestra conciencia durante la batalla. Como dice el Qurán:
“Si, en verdad, Nosotros hemos creado al hombre y sabemos lo que su mente le susurra: pues estamos más cerca de él que su vena yugular. Y así, cada vez que se encuentran cara a cara las dos exigencias de su naturaleza, enfrentadas una a la derecha y otra a la izquierda, no pronuncia palabra sin que haya junto a él un vigilante, siempre presente.”(Sura 50. Qaf, ayat 16-18)
Así comprendemos que los litigantes son las dos pulsiones básicas de nuestra naturaleza humana: por un lado, nuestros impulsos instintivos, nuestros deseos primarios, nuestra libido, y, por el otro, nuestro aql, esa ámana que Allah nos cede para contrarrestar el impulso vital de nuestra creación. En el Qur’án aparecen enfrentados, uno a la derecha y otro a la izquierda, tratando de prevalecer en la Yihad que se libra entre nuestros impulsos y nuestra conciencia.
Daud, aleihi salem, recibe a sus litigantes, se hace consciente de su contradicción, de su humanidad. Y de pronto comprende, súbitamente le asisten las haqaiq. “Y de repente comprendió que le habíamos probado: pidió entonces perdón a su Sustentador, y cayó postrado y se volvió a Él en arrepentimiento.”
La conciencia que Daud tiene de su error aparece como lamento desesperado en los Salmos, cuando dice:
“Rabbi, no me reprendas con ira,
No me corrijas con cólera;
Piedad, Rabbi, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
Y tú, Rabbi ¿hasta cuando?
Vuélvete, Rabbi, pon a salvo mi vida;
Sálvame por Tu Rahma,
Que en el reino de la muerte nadie te invoca
y en el abismo ¿Quién te da gracias?
Estoy agotado de gemir, de llorar sobre el lecho,
Regando de noche con lágrimas mi cama.
Mis ojos se consumen irritados
Envejeciendo por las contradicciones.”
(Salmo 6)
(Salmo 6)
Sin embargo, el Qur’an no nos expresa la naturaleza irreversible de nuestros errores sino el profundo sentido que encierran, porque son nuestros errores los que nos ayudan a contrastar y comprender el sentido de nuestra creación. El Qur’án nos muestra, sobre todo, la inmensa Rahma de Allah, el Perdonador, el Omnisciente, Quien conoce nuestra intimidad, nuestra intención, mejor que nadie. Él es Quien dispone para nosotros sus maqamat, para que recorramos Su creación y así Le conozcamos de la mejor manera posible. Es Allah quien hace decir a Daud en los Salmos:
“Como busca la cierva los arroyos
Así mi alma te busca a Ti, Allahumma,
Tiene sed de Allah, del Dios vivo.
¿Cuándo llegaré a ver Tu rostro?
Las lágrimas son mi alimento noche y día
Mientras constantemente me repiten: ¿Dónde está tu Dios?
Recordando otros tiempos desahogo mi alma:
Cómo entraba en el recinto y me prosternaba ante el santuario
Entre cantos de júbilo y acciones de gracias
En el bullicio de la fiesta.
¿Por qué me acongojas, alma mía, por qué me perturbas?
Confía en Allah porque volverás a alabarLe
Salud de mi rostro, Allahumma.”
(Salmo 42)
(Salmo 42)
El maqam de Daud es la conciencia de lo efimero. El jalifato en este mundo es siempre transitorio. La victoria y la derrota caminan juntas. Quien estuvo a salvo de los demás se encuentra ahora en sus manos, quien animaba con su alabanza el santuario es ahora exiliado de él. Los enemigos se multiplican y la tierra se oscurece. La Gran Yihad se libra dentro, en el corazón de los profetas y de quienes les siguen. En esos momentos en los que la contradicción parece no tener fin, Daud, la paz sea con él, invoca a su Señor diciendo:
“Allah es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro;
por eso no tememos aunque cambie la tierra
y los montes se desplomen en el mar.
Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan los montes con su furia:
El Señor de la Yihad está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Yacú.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Allah,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Allah en ella, no vacila;
Allah la socorre cuando despunta el fayr.
Los pueblos se enfrentan, los reyes se rebelan,
pero Él lanza Su trueno y tiembla la tierra.
El Señor de la Yihad está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Yacú.
Venid a ver las obras del Señor,
los prodigios que hace en la tierra:
pone fin a la guerra hasta el extremo de los mundos,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.
“Sometéos, reconoced que yo soy Allah:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra”.
El Señor de la Yihad está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Yacú.”
(Salmo 46)
(Salmo 46)
La existencia es lucha y la pretensión de existencia es una lucha aún mayor, un combate que sólo se resuelve en el sometimiento a la Realidad, en el islam de nuestra vacuidad y de nuestra naturaleza luminosa. El Daud de nuestro ser, nuestra latifa ruhiyya, es la puerta por la que nos llega la energía que nos mantiene vivos porque nos dota de sentido, porque es la puerta por donde nos llegan las haqaiq, los destellos luminosos de nuestra conciencia, la luz de nuestra visión, de nuestro oído, de nuestro deseo, de nuestro recuerdo, de cualquier instante de existencia que podamos albergar.
Allahumma:
Ilumina nuestra Yihad
Fortalécenos con tus haqaiq
Mantén nuestra conciencia a salvo de la muerte
Nuestra conciencia es conciencia de Ti, Allahumma
Haznos Tú conscientes de ello
De nuestra vacuidad
De la Belleza y de la Majestad que caminan juntas en nuestros corazones.
Amin.
2.
La conciencia no nos deja tranquilos, nos persigue, nos intimida sin cesar. Somos conciencia y no podemos escondernos de nosotros mismos, no podemos sustraernos de Quien nos ve por dentro y por fuera. Las consecuencias de la transgresión se van expresando en nuestro mundo, porque nuestro mundo no es algo distinto de nosotros. Daud, aleihi salem, es así combatido por sus propios hijos, que le cercan. Tiene que abandonar el santuario y la ciudad de Allah ya no es sitio seguro para él. Y durante la lucha muere su hijo amado Absalón.
El sentimiento de Belleza aparece íntimamente asociado en nuestro interior al reconocimiento del Señorío, a la imposibilidad de sustraernos al decreto y a la taqua. Este conocimiento del decreto, esta Háqiqa, es la que le hace decir:
“Tú no necesitas sacrificios ni ofrendas
Y, en cambio, me abriste a mí el oído…”
(…)
“Allahumma: llevo Tu sharía en las entrañas.”
(…)
“Que Tu lealtad y fidelidad me guarden siempre
Porque me cercan desgracias sin cuento
Se me echan encima mis culpas y no puedo huir:
Son más que los cabellos de mi cabeza y me falta valor.
Allahumma: Líbrame, Rabbi, date prisa en socorrerme.”
(Salmo 40)
(Salmo 40)
Allah no abandonará a su siervo amado Daud. Le ha prometido la continuidad con Suleimán, la paz sea con ellos, jalifas de la tierra. No construirá la mezquita porque ha manchado sus manos victoriosas, pero sí lo hará su hijo, nacido precisamente de su error. Daud y Suleimán, la paz sea con ellos, son por esa razón, inseparables en su maqam. Un mismo maqam les alberga a ambos, que son sólo momentos, episodios del reinado de Allah sobre la tierra, tayali de Su florecimiento en nuestra humanidad.
Allahumma:
Haznos conscientes de nuestros errores
Envíanos tus luminosas haqaiq
Provee de continuidad a nuestra conciencia de Ti
Manténnos en tu taqua y en tu tawakkul.
Amin.
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